Indalecio Gómez, retrato de un católico coherente

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Por Germán Masserdotti (@GerMasser) para La Prensa

Como señala Horacio Sánchez de Loria Parodi -al que seguimos en esta nota-, Indalecio Gómez (1850-1920) “destaca como una de las principales figuras públicas del país de la segunda mitad del siglo XIX la primera del siglo XX” (Indalecio Gómez y su época. Sus ideas político-jurídicas, Buenos Aires, Cathedra Jurídica, 2012, p. 3). El pasado 17 de agosto se cumplió el primer centenario del fallecimiento del que fuera, como Ministro del Interior, la “mano derecha” del presidente Roque Sáenz Peña entre 1910 y 1914.

El mismo autor advierte que la figura de Indalecio Gómez “ha quedado asociada casi exclusivamente a la ley electoral de 1912 en la cual tuvo, indudablemente, una participación decisiva, pero su rica trayectoria pública -que trasciende este acontecimiento- ha sido un tanto eclipsada”.

Como homenaje a la memoria de don Indalecio Gómez a 100 años de su fallecimiento, nos interesa recordar su coherencia como católico en la vida política. Nos parece importante destacar este aspecto dado que, además de hacerle justicia a él, es necesario recordarlo en nuestros días, en los que abundan los políticos que se autodenominan católicos pero borran con el codo lo que escriben con la mano.
Indalecio Gómez nació el 14 de septiembre de 1850 en Molinos, el pueblo ubicado en los Valles Calchaquíes de la provincia argentina de Salta. Debido al influjo de la educación materna, Indalecio fue formado en un ambiente profundamente cristiano. Sus estudios secundarios, que los había comenzado en el Colegio Nacional de Salta, los terminó, como pensionista, en el Seminario Conciliar de Sucre (Bolivia). Entonces tuvo la oportunida de conocer y de formarse en el magisterio de fray Mamerto Esquiú.

A lo largo de los años, fue profesor, senador por Salta, diputado nacional, diplomático y Ministro del Interior. El 10 de junio de 1883 contrajo matrimonio con Carmen Rosa de Tezanos Pinto en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús en Lima (Perú), con quien tuvo 5 hijos. Falleció el 17 de agosto de 1920 en la ciudad de Buenos Aires. Sus restos reposan en el Mausoleo familiar del Cementerio de La Recoleta.

GENERACION DEL 80

Indalecio Gómez formó parte de los católicos protagonistas de la Generación del Ochenta. Entre otros nombres que podrían destacarse, José Manuel Estrada había nacido en 1842, Tristán Achával Rodríguez y Pedro Goyena en 1843, Emilio Lamarca en 1844. Gómez, del mismo modo que Emilio Lamarca (1844-1922), sobrevivieron varios años a Estrada (falleció con 52 años), Achával Rodríguez (44 años) y Goyena (48 años).

Sánchez de Loria Parodi destaca “que una clave ético-religiosa unificaba su pensamiento y acción [de Indalecio GómezÁ tanto en el plano privado cuanto público. Toda su conducta política se entiende a la luz de las profundas creencias religiosas que lo distinguían”. Indalecio contaba con “una marcada espiritualidad que lo acompañaría siempre. Espiritualidad alejada de todo clericalismo, es decir, fomento de privilegios o prebendas para determinadas jerarquías eclesiásticas”.

En este sentido, debe destacarse que la inspiración católica de la vida de Indalecio Gómez “se proyectó al ámbito nacional con el propósito de colaborar para su purificación, reforma o regeneración moral”. Es cierto que, por una parte, valoraba la Constitución Nacional Argentina de 1853 como un factor de orden pero “hay que recordar -afirma también Sánchez de Loria Parodi- que los católicos como Gómez seguían, como decíamos, la interpretación constitucional delineada por fray Mamerto Esquiú, quien estableció las bases, más allá todas sus limitaciones, de una auténtica escuela político-jurídica que fijó una serie de principios”: 1) todo poder viene de Dios y tiene como finalidad el bien común; 2) la sociedad humana es siempre una comunidad ya que reconoce orígenes no sólo voluntarios racionales -como pretende el contractualismo- sino también religiosos y naturales; 3) la realidad social es plural: existe una pluralidad de órdenes sociales de tal manera que deben promoverse la autonomía, la descentralización, las tradiciones locales, las jerarquías naturales y, fundamentalmente, la subsidiariedad; 4) más allá de las marcas racionalistas, la Constitución de 1853 -y agregamos, hasta la fecha a lo largo de las sucesivas reformas- reconoce un orden trascendente (“Dios como fuente de toda razón y justicia”), la historia concreta respetando la tradición cristiana de la patria y, por lo tanto, debe interpretarse conforme a ella; 5) un sentido histórico anclado en la tradición federal del interior.

Sánchez de Loria Parodi advierte, sin embargo, carencias en la formación de Indalecio Gómez en el terreno doctrinal, algo no del todo imputable “dada la situación que vivió el país, la dinámica de la anarquía y despotismo, las secuelas de la guerras civiles, la lejanía de los centros de studio, la falta de maestros, las vacilaciones propias de la jerarquía eclesiástica y las particulares circunstancias históricas mundiales que rodearon su acción”. “Intachable en su vida privada y pública -agrega Sánchez de Loria Parodi-, estuvo sin embargo influido por el ambiente moderno que lo rodeaba y que configure un clima de época”.

Cómo afirmó Indalecio Gómez de sí mismo “(…) pretendo tener la virtud del caballero. Jamás digo lo contrario de lo que pienso, jamás lo contrario de lo que que creo que debe ser. No se me busque en corredores obscuros (…), donde se consuman actos que no se ven, búsquenme (…) en donde tendré el coraje de decir lo que pienso y lo que siento”.

Por último, vaya esta lección para los que mandan actualmente en la Argentina, sobre todo para los políticos que usurpan la condición de católicos: “Estoy en la política militante y debo trabajar en cooperación con los mismos cuya conducta creo equivocada, cuyos actos repute errados, apartándome de ellos en los casos particulares en que no hacerlo así aparecería claudicando de mis opiniones y principios”.