Ventanas de papel

La deshonestidad
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Félix Frías. Pinceladas biográficas.
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Por Leonardo Caviglia Gigera especial para Revista Argentina (Tercera Época)

Era mi primer año de la carrera de Filosofía, y un día, mientras cursábamos “Historia de la Filosofía Antigua”, nuestro profesor, sentado frente a nosotros, tenía abierto ante sí un libro. Lee un pasaje, hace una pausa, nos mira y dice: “Es como si habláramos con Platón…–nos miró sonriente– …nosotros tenemos una ventaja: sabemos lo que él piensa, pero él no sabe lo que nosotros pensamos…” –agregó.

Así nos hablaba aquél querido profesor y marcaba a fuego mi experiencia de lectura. Aún hoy, cada vez que leo un texto de Platón, y cuando leo cualquier libro, vienen a mi mente aquellas palabras. Desde aquella tarde en el aula de la facultad tengo la certeza que al abrir un libro se abre una mente y un corazón; y digo que se abren en dos sentidos: se abre la mente y el corazón de alguien –que tal vez hasta ese momento nos era extraño y desconocido– y podemos “leer” sus pensamientos y sentimientos; pero también se abren nuestra mente y nuestro corazón en una bendita experiencia de comunicación.

Hace pocos meses las redes viralizaron un emotivo mensaje de Bruno Le Marie, ministro francés, con una fervorosa invitación a la lectura dirigida a los más jóvenes. Como todas las cosas que llegan a la red, quedará allí como testimonio para que podamos buscarlo en cualquier momento; pero vale la pena recordar algunas de sus palabras: En primer lugar recordando “el placer inmenso” que vamos a sentir al leer y que va a desarrollar nuestra imaginación; un placer que nos va “abrir a mundo nuevos”, mundos a los que no habríamos podido entrar sin las palabras que nos susurran, tal vez desconocidos, en la lectura. En segundo lugar, algo que es fundamental: el placer de leer te ayudará a “entender quién sos”, leer te ayudará a “poner palabras a aquellos que sentís”. Y finalmente algo de suma importancia: al leer, se darán cuenta que “no están solos”.

Bruno Le Marie, Ministro de Finanzas francés desde 2017.

Le Marie rescata lo que creo es una hermosa paradoja: cómo una actividad muchas de las veces “solitaria”, nos abre al mundo. Y es que pienso que es solitaria sólo en apariencia, como esos silencios frente a otro que son momentos de profunda conexión interpersonal, para ponerlo en palabras de aquél ministro: “nunca están más cerca de los demás como cuando leen un libro”. Sin duda hay muchas otras formas de estar cerca de los demás (y tal vez más cerca), como en la experiencia del amor y de la ayuda mutua que podemos ofrecer; pero lo que es cierto es que la experiencia de lectura es una experiencia de comunión.

Creo que ese es el mejor argumento que podemos ofrecer para aquellos que ven con preocupación, o que experimentan el temor que la lectura sea una forma de evasión: a esto podríamos decir que es una forma de inmersión. Leer no es “irse” del mundo, sino que es una experiencia como la que describe Josef Pieper al hablar de la contemplación en El ocio y la vida intelectual: una actividad profundamente “receptiva” que nos hace ver el mundo desde una perspectiva más profunda. Leer es sin duda “entrar” en el mundo, ya que quien escribe lo que está ante nuestros ojos es parte del mundo. Al igual que quien hace un pozo, solo desaparece de la “superficie” pero en realidad ha entrado más profundamente en la tierra.

Vuelvo a la memoria y recuerdo que tuve dos profesores en mi colegio secundario; el primero de ellos nos hizo amar la lectura, el segundo sistemáticamente destruyó la noble tarea del primero. ¿Cuál era la diferencia?

El primero “nos hacía leer”. Disfrutábamos la lectura (es cierto que a veces más, a veces menos) y hablábamos sobre lo que habíamos leído. Tenías experiencia de lectura: cuentos, obras de teatro y poesías; apreciábamos hasta la sonoridad de las palabras en algún poema, como el soneto a la lluvia de J.L. Borges (me acuerdo como mi profesor me decía fíjate cómo, cuando escribe “ya cae la lluvia minuciosa / Cae o cayó. La lluvia es una cosa…”, cómo ahí evoca el sonido de la lluvia cayendo”). La lectura era un fin y un gozo según entiendo aquél lo vivía.

El segundo profesor, “nos daba una guía”. Teníamos una tarea y la obra literaria –la que fuera–, era sólo una excusa para hacer un trabajo. Nunca “leíamos”, nunca nos adentrábamos en un libro, sino dedicados a responder al capricho de otra persona. La guía entregada se convertía en unas anteojeras que decidían por nosotros qué era importante, pero lo que es peor, destruían el gusto por la lectura, que se convertía en un medio. Debí esperar a mi encuentro con aquél tercer profesor que nos invitaba a dialogar con Platón.

Jorge Luis Borges

Y es que leer es lo más parecido al diálogo, y requiere las mismas actitudes de atención, empatía, apertura y criterio que tenemos al conversar con otra persona. No es una actitud puramente pasiva, pero tampoco un buen diálogo es aquél en que de manera arbitraria sólo voy a rescatar lo que quiero de antemano, sin prestar atención a lo que el otro tiene para decir.

El escritor C.S. Lewis nos propone en La experiencia de leer una aguda observación sobre la lectura. Allí “dando vuelta la cosa”, nos propone distinguir no entre libros buenos o malos, sino entre lectores buenos o malos. Entre aquellos que aprecian la lectura y la obra literaria y aquellos que no (estos últimos se caracterizan por no leer nunca “salvo por obligación”, por “leer sólo con los ojos sin que se les mueva un pelo” y “picotear aquí y allá” como quien usa y descarta). Ser buenos lectores nos ayudará a que siempre haya buena literatura.

Tapa de La experiencia de leer de Clives Staples Lewis

Lewis nos interpela: “la pregunta ‘¿Qué valor tiene leer lo que alguien escribe?’ equivale a la pregunta ‘¿Qué valor tiene escuchar lo que alguien dice?’. Salvo que una persona sea capaz de encontrar en sí misma todas las informaciones, las diversiones, los consejos, las críticas y las alegrías que desee, la respuesta es obvia”.

Y es que según él piensa, al leer buscamos la ampliación de nuestro ser, y la lectura responde al deseo de querer ser más de lo que somos. Por nuestra condición, cada uno de nosotros ve el mundo desde un cierta perspectiva o punto de vista (un pequeño “mundo circundante” diría J. Pieper), pero al leer evitamos la “ilusión” de la perspectiva:

“Queremos ver también por otros ojos, imaginar con otras imaginaciones y sentir con otros corazones. No nos conformamos con ser mónadas leibnizianas. Queremos ventanas”. La literatura es una serie de ventanas, incluso de puertas por las que hemos “salido” y “entrado”, con la que “curamos la herida de la individualidad”, dice Lewis, y logro “ser más yo”.

Creo humildemente que el gran desafío de quienes estamos en la educación, es generar esta experiencia de la lectura, ayudar a descubrir –uniendo a Le Marie con Lewis– “el placer inmenso de la experiencia de leer”. Tal vez tengamos que revisar qué hacemos en escuelas, colegios y universidades al ofrecer a nuestros alumnos algo para leer. Por mi parte, mi pequeño granito de arena es: nunca entregar una guía antes del texto, siempre hacer primero una lectura desinteresada, contemplativa de aquél; sólo después llegará el momento de trabajar con el texto.

Algunas recomendaciones.

Siempre hay momento para leer, así como quien quiere el fin busca los medios, quien verdaderamente quiere leer encontrará cuándo hacerlo. Pol y De Tonnac en su libro Tan locos como sabios, refieren un hipotético dispositivo de Aristóteles para no dormir al leer por las noches: colocaba sobre su mano una bola de bronce y debajo una mesa del mismo material; al dormirse la bola caía y el ruido volvía a despertarlo. En caso de ser cierta esta anécdota pinta a quien en la Academia de Platón llamaban “el lector”, y nos muestra que para quien quiere, siempre hay ocasión.

Tapa de Tan locos como sabios de Roger-Pol Droit y Jean-Philippe de Tonnac, México, Fondo de Cultura Económica, 2003.

Tratar al texto con cierta reverencia y atención. Tal vez el libro sea algo, pero detrás de ese algo, hay alguien. Ese alguien tiene algo que decir. Debemos prestar atención a sus palabras, dejar que diga lo que tiene para decirnos. Como con la música, dejemos todo juicio para el final. Así como no interrumpimos a nadie mientras hablas, dejemos “hablar” al texto. Es impresionante que podamos años y siglos después poder leer a alguien: tomar contacto con su vida, pensamientos y sentimientos. Cada libro es como un don que se nos brinda y debemos recibirlo con cierta gratitud.

Así como a los buenos amigos queremos verlos una y otra vez, también los buenos libros, o los buenos lectores, saben volver una y otra vez a los mismos libros. Si la riqueza de una persona no se agota en una sola conversación, la riqueza de la obra literaria permite varias “visitas” para en cada una de ellas encontrar novedad en lo mismo.

Dice Lewis que “los libros que están en la estantería son literatura potencial”. ¡Cuántas voces esperan en la biblioteca! Si los libros emitieran voz, cada libro sería un susurro y la biblioteca de una universidad atronaría más que un estadio repleto. Pero por sobre todas las cosas, no puedo dejar de pensar lo paradójico de que podamos “ver” a través de un papel. Como al abrir las ventanas entra el aire que ventila, no viene mal que sepamos abrir estas ventanas de papel que oxigenen nuestro espíritu.