Claudio Monteverdi: la música, el poder y la peste. A propósito del estreno de Altri Canti en el Teatro Colón de Buenos Aires.

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FTB96489 Portrait of Claudio Monteverdi (1567-1643) (oil on canvas) by Fetti or Feti, Domenico (1589-1624) oil on canvas Galleria dell' Accademia, Venice, Italy Italian, out of copyright

Por Alejandro A. Domínguez Benavides para Revista Argentina (Tercera Época)

Monteverdi nació en Cremona, tierra de violines famosos, no sabemos cuándo. Sin embargo, tenemos un dato quizá más importante: fue bautizado en la Iglesia de San Nazario y San Celso en Cremona el 15 de mayo de 1567, primogénito de la familia de un boticario, musicalmente precoz. Entre 1582 y 1590 publicó cinco  libros de composiciones (incluidos los dos últimos libros de Los Madrigales en cinco partes en 1587 y 1590). En la portada se autodenominó alumno de Marc’Antonio Ingegneri, maestro di capella en la catedral de Cremona.

En 1590 o 1591, Monteverdi ingresó  como (“violinista”) en la corte de Vincenzo I Gonzaga, duque de Mantua. Allí trabajó durante doce años con los directores Giaches de Wert y Benedetto Pallavicino, también como cantante y, luego, como asistente de dirección. Durante este período, Monteverdi hizo viajes a Hungría (1595) y Flandes (1599) siguiendo a Vincenzo Gonzaga. En su música se pueden encontrar influencias de esos países (en particular se menciona a Tancredi e Clorinda).

Vincenzo I Gonzaga de Mantua (1562-1612)

Mantua tenía un clima musical atractivo.  Recordemos que Guglielmo I Gonzaga, el padre de Vincenzo, era amigo de Palestrina. Con esos antecedentes en la corte se fundó un coro siguiendo el modelo del Concerto di Donne de Ferrara. Los Madrigales de los libros tercero y quinto (1592-1605), especialmente compuestos para este propósito, establecieron la fama de Monteverdi como un compositor innovador y atrevido.

Sus obras provocaron resistencia. Giovanni Maria Artusi, un canónigo de Bolonia, entró en una disputa con Monteverdi durante años. La posición de Monteverdi se basó en la antítesis de (lo que él llamó) la prima y la seconda prattica. Artusi adhirió a la prima prattica, en la que la armonía dominaba por completo. Monteverdi añadió la seconda prattica, en la que el texto poético se antepone a la música.

 Desistió “de la complejidad de la polifonía –como clarifica Santiago Giordano–para volver a la franqueza de la palabra. Esa fue, en la Italia de fines del siglo XVI y comienzos del XVII, la consigna de una de las tantas batallas en nombre de «lo natural» que se enumeran en la historia de la música” (Fábula en una versión muy particular, en Página 12, 4 de agosto de 2018).

“Estamos en plena batalla entre la palabra y la música y conocemos hoy el resultado, lo dicen los libros, lo dice la historia, lo dicen los profesores de la historia de la música, estamos en realidad en plenas batallas con daños colaterales: desde las cameratas florentinas interrogándose sobre maneras de imitar con el  canto el habla, no es solo una lucha entre palabras y música sino entre el deseo y la necesidad del compositor por expresar un sentimiento cambiando, machacando el texto si es necesario” ( Mamou, P., Ella, La Música, en Scherzo, Revista de Música, Año XXII, n° 216, Febrero de 2007, p.118).

A partir de esta convicción, Monteverdi rompió con las viejas reglas de la polifonía y necesitó utilizar el recitativo, el bajo continuo y (en última instancia) la ópera. Esto se reconoce bien en el Quinto libro de los madrigales (1605) que contiene una serie de textos basados en Il pastor fido (una tragicomedia  pastoral  del poeta Giovanni Battista Guarini, representada en Mantua en 1598).

Nos parece  importante señalar  cómo era la relación  del artista con el poder. En 1590, publicó su segundo libro de Los Madrigales y  comenzó a servir al duque Vincenzo I Gonzaga, para quien trabajó como cantor, gambista, y maestro de capilla.  “Sería en el entorno de la corte de Gonzaga  -nos recuerda Lucía Martín-Maestro Verbo- donde Monteverdi tomaría contacto con la música escénica. Como su relación con el duque era más que excelente, se sospecha que pudiera acompañarlo al enlace matrimonial entre María de Médicis y Enrique IV de Francia, donde se representaría La Eurídice, de Jacopo Peri, la ópera más antigua que se conoce. Asimismo, en la corte de Gonzaga, conocería a la que sería su única esposa, la cantante Claudia de Cataneis, con la que tendría tres hijos” (Claudio Monteverdi, en el 450 aniversario de su nacimiento, en Melómano, número 233, septiembre de 2017).

Las principales obras de la época de Mantua incluyen la ópera l’Orfeo para el carnaval de 1607, encargada por Francesco Gonzaga, interpretada por la Accademia degli Invaghiti. Mil seiscientos siete fue un año de éxito musical y también de dolorosa muerte, enviuda de su mujer Claudia, con quien se había casado en mil quinientos noventa y cinco. Pero para Monteverdi no hay tiempo para duelos tiene que trabajar en su nueva obra l’Arianna que debe estrenarse en los esponsales entre Francesco Gonzaga y Margarita de Saboya (la hija de Carlos Emanuel I de Saboya) apenas dos semanas después de la muerte de su esposa (10 de septiembre de 1607).

Muerte de Orfeo

“En marzo de 1608 murió Caterina Martinelli, su discípula, la muchacha que tendría que haber cantado la Arianna, la amante jovencísima y atónita del insaciable Vincenzo. No le importó a éste el mazazo que postró a su servidor, a su músico. No le importó porque de inmediato le abrumó a encargos, a deberes a trabajos llenos de urgencia. Las huellas de las muertes  acumuladas de Claudia y Caterina pueden tal vez rastrearse en los madrigales de la época, los que aparecerán en el libro Sexto (1614), pródigo en lamentos” (Bermúdez, Santiago Martín, Lamento por Alessandro Striggio, en Scherzo, Revista de Música, Año XXII, n° 216, Febrero de 2007, p.122).

En 1602, Monteverdi obtuvo los derechos civiles en Mantua y un nombramiento como maestro di capella. En 1610 compuso la Vespro della Beata Vergine.  El 16 de febrero de 1612 murió con menos de cincuenta años Vincenzo Gonzaga. “Con él se extinguen  el fasto y el prestigio artístico de Mantua. Francesco se apresura a despedir a los mejores músicos de la corte, el primero Monteverdi” (Roche, M, Monteverdi, Seuil, Solfèges, p. 97). La situación económica del músico se ve afectada, dejó de recibir la renta vitalicia de cien escudos que reclamó durante años. Francesco murió un año más tarde de que lo expulsara. A  su sucesor Ferdinando le escribió: “Así como Vuestra Alteza Serenísima bien sabe el Señor Duque Vincenzo de gloriosa memoria se dignó agraciarme con una renta anual de cien escudos o de un fondo del que me fuera posible conseguir con comodidad una renta anual de dicha suma; como la Cámara Ducal no me entregó  tales fondos, según tendría que hacerlo, siempre me he visto obligado, cada seis meses…” (Carta de 22 de agosto de  1615 (desde Venecia) al duque Ferdinando Gonzaga, Mantua).

Venecia: entre la peste, la guerra y la muerte.

El 19 de agosto de 1613, Monteverdi fue elegido por unanimidad y nombrado maestro di cappella en San Marco en Venecia, sucediendo a Giullo Cesare  Martinengo (1566-1613). Se le dio efectivamente la dirección musical de la ciudad y, por lo tanto, se había vuelto financieramente independiente. Su tarea consistía en proporcionar la música sacra para el año eclesiástico y en los banquetes estatales. Como gobernante constitucional (es decir, no absoluto), el Dogo estaba sujeto a presupuestos: la música secular no oficial se pagaba con subvenciones privadas, lo que inicialmente era insuficiente para las óperas en lo que se refería a Venecia.

En 1630, Venecia comienza a sufrir los estragos de la peste, el maestro de capilla sufre la muerte de su gran  amigo Alessandro Striggio. “Fue grande, grandísmo, fue la mano derecha de los Mantua, ya desde la época del mismísimo Vicenzo…poderoso intendente, gran diplomático mantuano, mas también excelente poeta el que escribió para Monteverdi textos como L’Orfeo, famosísimo en todas partes como L´Arianna”.

Piazza di S. Babila durante la peste del 1630, de Melchiorre Gherardini

Lombardía, Venecia, el Piamonte y la Toscana lloran la muerte de un millón de muertos; las causas “la estupidez humana, expresada a través de la torpeza y corrupción de las autoridades y de la ceguera médica. En primer lugar, había guerra; en segundo, y como consecuencia, hambruna y migración a las ciudades. La guerra tenía -¿nos molestaremos en decirlo?- causas [que] eran tan fútiles como siempre y respondían a la ambición de algunos figurones. Habiendo fallecido el duque Vicente Gonzaga II, varios candidatos surgieron para ocupar Mantua y Monteferrato, los dos estados que poseía en Italia. España, Francia (con el cardenal Richelieu), la República de Venecia y el Papa Urbano VIII, apoyaban unos a Felipe Gonzaga, duque de Nevers, otros a Carlos Manuel I, duque de Saboya, y los menos a Margarita Gonzaga, duquesa de Lorena. Los detalles de sus nombres y vanidades no pueden entrabar esta historia y bástenos decir que en algún momento el Tribunal de Sanidad de Milán debió enfrentar la posibilidad de que tropas alemanas, ya en Italia, entraran al Milanesado, siendo hecho conocido que portaban la peste, pues a su paso por las distintas ciudades dejaban una curiosa enfermedad que diezmaba las poblaciones” (Lendermann, D. Walter, Peste en Milán: Borromeos y untadores, Revista Chil. Infetol., 2003).

“La Virgen aparece ante las víctimas de la peste” de Antonio Zanchi en la Scuola Grande di San Rocco (1666, Venecia)

“El protomédico Luigi Settala, profesor de medicina de la Universidad de Pavía y de filosofía moral en la de Milán, que de joven había luchado contra la epidemia anterior, advirtió oportunamente al Tribunal para que tomase medidas, pero éste prefirió enviar un par de médicos a investigar en el terreno. Aunque éstos trabajaron con la mayor acuciosidad, luego dijeron algunos colegas que les tenían inquina, que se habían «dejado engañar por un barbero viejo», descalificando así a un anciano cirujano de un poblado vecino; es el caso que regresaron diciendo que las muertes se debían, en algunos lugares, a las emanaciones pútridas de los pantanos, y en otras, a los excesos de los alemanes. Pero, como las noticias eran cada vez más alarmantes y los germanos estaban más cerca, se envió a otro médico célebre, Tadino, quien confirmó los más negros temores (…). Alertado Ambrosio Espínola, quien gobernaba interinamente en nombre de España, respondió que eran más urgentes los negocios de la guerra: Sed belli, gaviore esse cures. Y en lugar de cerrar la ciudad, la abrió para celebrar el natalicio del príncipe Carlos, primogénito de Felipe IV, lo que dio ocasión para que acudiesen desde los pueblos vecinos «muchedumbres ávidas de pan y diversiones»” (Lendermann, D. Walter, Peste en Milán: Borromeos y untadores, Revista Chil. Infetol., 2003).

Los últimos años venecianos

Monteverdi fue ordenado sacerdote, probablemente, en 1632. Inicialmente, no parece haber estado involucrado en la primera empresa operística comercial en Venecia en 1637. En ese contexto, se representó en el Teatro S. Moise una versión revisada de su ópera Arianna (1640).

Poco tiempo después escribió tres nuevas óperas importantes para producciones posteriores: Il ritorno d’Ulisse in patria, Le Nozze d’Enea in Lavinia (perdida) y L’Incoronazione di Poppea con estrenos en 1640, 1641 y 1643 respectivamente.

Estos son puntos culminantes absolutos en la creación de Monteverdi. Hay una gran diferencia de estilo con l’Orfeo. Monteverdi avanza en la dirección que más tarde se convirtió en ópera napolitana con el aria da capo y el recitativo secco. Con él esto permanece dentro de límites dramatúrgicamente aceptables (a diferencia de los posteriores “entusiastas del bel canto”). La orquesta se limita a cuerdas y continuo, y el coro se acorta o se cancela. También hay iniciativas para parlando y opera buffa, ya que se desarrollaría aún más en el siglo XVIII. Tras una corta estancia en su natal Cremona, Monteverdi murió el 29 de noviembre de 1643 en Venecia. Después de un doble funeral en San Marco y en Santa Maria dei Frari, donde  fue enterrado.