Theodora: un esperpento lejos de Valle Inclán y más lejos aún de la sacralidad de un oratorio

Ya no repican las campanas
4 octubre, 2021
Lepanto, ahora como entonces
12 octubre, 2021

Por Alejandro A. Domínguez Benavides para Revista Argentina (Tercera Época)

“Theodora”.  Versión escénica para una actriz, cantantes y orquesta sobre el oratorio de Georg Friedrich Händel, con libreto de Thomas Morell.

Elenco: Yun Jung Choi, Martín Oro, Santiago Martínez, Víctor Torres, Florencia Machado, Iván Maier, Florencia Burgardt, Daniela Prado, Mariana Rewerski, Felipe Carelli, Romina Jofré, Mercedes Morán (Actriz Invitada)

Orquesta Estable del Teatro Colón

Dramaturgia y dirección de escena: Alejandro Tantanian

Espacio, vestuario y video:  Oria Puppo

Iluminación: Rubén Conde

Video: Matías Otalora

Cámara en vivo: Martín Antuña

Serigrafía en vivo: Estanislao Moyano

Dirección musical:  Johannes Pramsohler

Calificación: Mala.

Theodora  el único oratorio dramático cristiano de Händel .

El oratorio Theodora con libreto de Thomas Morell es uno de los últimos compuestos por Händel entre 1749 y 1752.  Es en palabras de Anthony Hicks “el más extraordinario del grupo […] basado en una historia no bíblica de dos mártires romanos. Toca temas tales como la libertad de pensamiento, la validez moral del suicidio para evitar una violación, y el enfrentamiento entre la religión y la autoridad del estado; la música retrata sublimemente la nobleza espiritual de los amantes Theodora y Didymus y el carácter opuesto de las comunidades pagana y cristiana”. (Anthony Hicks, Handel and the idea of an oratorio, The Cambridge Companion to Handel, Donald Burrows, ed. CUP, 1997, p. 160-161)

Este oratorio circunstancialmente transformado en ópera consta de tres partes, de las cuales se dice que el coro del final de la segunda supera al «Aleluya» de El Mesías. Cuentan los biógrafos que Theodora, fue el oratorio preferido del compositor alemán y ocupaba un lugar preferencial en su obra. Si bien su estreno fue un fracaso Händel le atribuía a dos motivos: la renuencia de los  judíos a verlo porque era una historia cristiana y de las damas que no concurrían porque era una historia virtuosa. En el esperpento urdido por Tantanian asistimos a un desequilibrado espectáculo donde la historia que narra Morrel se confundió con un anacrónico reclamo de derechos femeninos y de minorías sexuales con aires intelectualoides tomados de una ignota autora que desde la religión protestante reinterpreta los postulados de la teología de la liberación, lisa y llanamente una burda bomba molotov lanzada en medio del Teatro Colón.

Aclaramos que usamos la palabra esperpento  no como el método del  utilizado por Valle Inclán como estética literaria, una metáfora para deformar la realidad y señalar lo absurdo y monstruoso de la sociedad. En Valle Inclán, el recurso  funciona como algo feo pero gracioso para ofrecer  una visión pesimista de la vida, despojada de momentos sublimes y de virtud, en un mundo donde  triunfa la hipocresía de los pueblos, los valores son aplastados por las clases privilegiadas que pone al descubierto su brutalidad. Aclarado este punto utilizamos la palabra esperpento, aquí,  como cosa que se destaca por su fealdad y la Teodora de Tantanian, no de Händel, que se ofreció en el Teatro Colón fue un espectáculo feo y además malo por los siguientes motivos.

 El oratorio de Händel dura tres horas y se lo redujo a una hora cuarenta minutos. Por lo menos media hora más ocuparon las lecturas provocadoras leídas en tono solemne por la actriz Mercedes Morán en un papel triste y deslucido, no actuó y emitió su voz ayudada por un micrófono. Podría haber prescindido de él y por lo menos haberse lucido en una emisión clara, aprovechando la acústica del teatro. Los textos usados a modo de recitativo cumplieron únicamente el objetivo de escandalizar y provocar; desde el punto de vista teatral el efecto fue contraproducente la superposición de discursos suscitó solo confusión.

Esa misma confusión se advirtió en el manejo del campo visual. Un camarógrafo filmaba en el escenario a los cantantes y los proyectaba en una pantalla de media altura superpuesta sobre la propia acción escénica. Un recurso vano, frívolo, innecesario y molesto que mostró la desorientación del encargado de la puesta en escena. No supo resolver los movimientos de los actores los ubicó sobre una tarima ordinaria y reciclada. El trabajo de Tantanian carente de arte hubiese quedado en el olvido sino hubiese utilizado la técnica del el agravio que profirió despóticamente a través de los textos elegidos dirigidos contra Dios y  la Virgen María, tuvo la triste habilidad de utilizar ese recurso para que se hable de su esperpento más allá de la caída del telón. Su falta de respeto provocó la protesta no solamente en el teatro, sino después ciudadanos individuales y distintas instituciones encabezada por la misma Conferencia Episcopal Argentina hicieron oír su voz.

¿Quién eligió a Tantanian?

En estos tiempos de COVID liquido la presencia del director de escena se agiganta lamentablemente. Hace años que venimos observando ese proceso de peligroso vedetismo. Muchas reescrituras escénicas terminan en el ridículo, por ejemplo, La Traviata de Willy Decker, durante el festival de Salzburgo de 2005, trasladando un drama con las características y costumbres del siglo XIX al siglo XXI, o la regie de Macbeth de Jérôme Savary en 1998 que caía en incongruencias tales como esos asesinos en escena con ametralladoras hablando, o cantando, de clavar un inocente puñal en el pecho de Banco.

Recordamos los abucheos, los silbidos y los gritos irrefrenables. Hubo una cronista que hizo un interesante paralelo. “Cuando un hincha de futbol vocifera por decirlo de alguna manera elegante) en contra de algún jugador, es básicamente por un mal desempeño. No fue el caso de la regie de Macbeth, donde la coherencia entre la concepción y su realización técnica artística fue impecable”.

En Theodora hubo abucheos como en la cancha porque el DT, siguiendo con la metáfora  futbolera, cumplió un pésimo desempeño y arrastró con sus erráticas tácticas a todo el elenco. Alejandro Tantanian el irresponsable de esta puesta tuvo su momento creativo cuando en su juventud formó parte del colectivo de autores Caraja-jí y del grupo El Periférico de Objetos – grupo singularísimo del teatro experimental e independiente argentino. Después de ese momento estelar se sintió capaz de hacer de todo y entró en el crepúsculo, desde cantar hasta dirigir al Teatro Nacional Cervantes, durante la presidencia de Mauricio Macri – una gestión que quedó  encerrada en palabras, palabras y palabras.

Como regisseur ya mostró sus habilidades en 2016, para tapar la mediocridad con el escándalo en Beatrix Cenci, la tercera y última opera del maestro Alberto Ginastera. Allí puso en escena a cuatro actores completamente desnudos, cuadros orgiásticos, un burlesque cuasi pornográfico que Tantanian presentó como una “versión bastante extrema, como una fantasía ‘bondage’, y funcionó super bien”.

Voces y músicos perjudicados por una mala dirección de escena.

Un oratorio no necesita que se lo transforme en una ópera mediocre por esa razón evaluaremos el nivel musical del espectáculo que lamentablemente debemos juzgar como una totalidad

 Actuó como director invitado Johannes Pramsohler, notable especialista en el repertorio barroco se destacó por la precisión con que dirigió a la reducida Orquesta Estable que respondió dócilmente a su batuta en una interpretación con matices y colores, en una armonía sonora delicada y, a menudo, sutil.

Theodora fue interpretada por la coreana Yun Jung Choi una cantante dotada de una buena voz, clara, de buena emisión sobre todo en los agudos,  fraseo elegante y rigor expresivo sonido, si bien no nos convencieron su gestualidad  rayana en el esterotipo. El contrarenor Martín Oro (Didymus) tuvo un desempeño vocalmente impecable. Se lució con la cantante coreana en los dúos donde sus voces lograron un notable equilibrio, lirismo y belleza poética.

El tenor Santiago Martínez (Septimus) si bien no se advirtió comodidad en la interpretación de oratorios, posee una buena voz que se ajustó a las necesidades e, incluso, a las excentricidades del director de escena que hasta lo hizo cantar boca abajo, en fin…  Víctor Torres (Valens) es una garantía en un programa de música barroca. Interpretó con convicción al gobernador duro y cruel.

La mezzo Florencia Machado (Irene) demostró sus reconocidas dotes de cantante, formación técnica, estilo y voz cálida estuvo a la altura del repertorio handeliano. Iván Maier (Mensajero) canto con voz potente, ajustada y clara. Buenas voces en un espectáculo desilusionador que dejó claramente de manifiesto que, cuando la ideología le gana la pulseada al arte, perdemos todos.