Nascituri te salutant

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Por Jorge Martínez Barrera (académico en la Universidad Gabriela Mistral, Chile) para Revista Argentina (Tercera Época)

Los nombres de los protagonistas de este breve relato son reales, ya que no existe ninguna razón de peso para proteger identidades. En realidad, no hay de qué o de quién protegerlas. De hecho, cuando les pregunté si podía usar sus nombres verdaderos para contar su historia, me dieron su autorización sin dudarlo. Aquí va el relato entonces. Cande y Raúl esperan a su cuarto hijo. En este caso, sería la primera hija mujer, Lucía. Hasta aquí, todo debiera enmarcarse en el lógico regocijo de Cande y Raúl. La llegada de un nuevo niño viene siempre con la promesa de una renovación del mundo, como ya había señalado en alguna ocasión Hannah Arendt.

El problema es que Lucía llegará al mundo con una trisomía. En este caso no es la 21, que es la del síndrome de Down, sino que se trata de algo más grave. Lucía debería nacer en algún momento de junio, pero hasta ahora lo único que se sabe es que esa trisomía no es la 21, como dije, sino la 13, tal vez la 18. Para saber cuál de las dos afecta a Lucía, los profesionales propusieron dos tipos de análisis. Uno de ellos confirma el diagnóstico a las tres semanas de efectuada la extracción de la muestra. El otro, demora sólo 5 días, pero tiene un costo exorbitante que Raúl y Cande no pueden pagar. Estamos hablando de malformaciones genéticas que afectan muy seriamente la sobrevida. Lucía tal vez no llegue a cumplir los 5 años de vida, y es muy probable que sólo alcance a cumplir un año.

Cuando apenas se conoció el diagnóstico, Raúl era el más enojado. Pero no con la vida ni con Dios, sino con los médicos, que no acertaban a dar indicaciones coincidentes; unos decían una cosa, otros otra. Sin embargo, como se trata de una enfermedad rara, Raúl entendió que la perplejidad de los profesionales era algo comprensible, y que en el fondo esas opiniones iban dirigidas a encontrar la mejor solución para Lucía y Cande. Si en algún momento se sugirió extraer a Lucía del vientre de Cande, eso era exclusivamente por el bien de Lucía. Podría darse el caso de que Lucía tenga una mayor sobrevida fuera del vientre materno. Cande debe realizarse una ecografía semanal para ver si la bebé se está alimentando y creciendo, y especialmente para vigilar que su vida no corra un peligro adicional. Si todo va como hasta ahora, la bebé se quedará dentro de Cande hasta completar 37 semanas.

Todos los esfuerzos están dirigidos a que Lucía nazca normalmente. Como es de suponer, no hay ningún entusiasmo por decorar su habitación o por comprar ropitas de bebé femeninas porque la incertidumbre es la que manda en estos días. A pesar de todo, Cande acaricia a su bebé, le habla, lo consuela, hace todo lo que una madre hace habitualmente con su hijo, aun con la certeza de lo que pasará con Lucía en el corto plazo. Esta maternidad pone de relieve que la relación de una mujer con el hijo (en este caso la hija) que lleva en su vientre, que Cande jamás considera como una extensión de su cuerpo, es algo que un varón nunca podrá comprender. No existe relación humana más íntima y total que la de una madre con su bebé en gestación; no hay evidencia más palmaria del amor que ésa. Sólo la mujer tiene este raro privilegio que la pone en una condición de indiscutible superioridad sobre el varón. La vida de la vida, la vida misma en toda su radicalidad inefable, es la incomunicable experiencia de una madre con su hijo abrigado en la ciudadela de su vientre. Acá no cuenta para nada la trisomía; lo que cuenta es el vínculo humano más insondable que pueda suponerse y que para un varón es tan difícil comprender en todo su misterio. Algo está mal en el corazón y en los pensamientos de una mujer embarazada que no desea que su bebé nazca. Pero ¿puede una mujer querer que su hijo no nazca? Probablemente no. Lo que puede suceder es que una mujer no desee ser madre. Sin embargo, no se trata, para Cande, de “tener” un hijo, sino de ser madre, lo cual erige un mundo de diferencia. Entonces, cuando una mujer no desea que su hijo venga al mundo, lo que en realidad no desea es ser madre. Y probablemente no lo desea, no tanto por ella, sino por los sufrimientos que ella supone esperan a su niño o niña. Pero Cande sí quiere ser madre. Y por eso, el himno que retumba diariamente en su corazón es: “¡Nascituri te salutant!”, ¡los que van a nacer te saludan! Eso es lo que cuenta y no si Lucía se quedará con nosotros un mes, un año o un siglo. Como sea, Lucía está haciendo de Cande y de Raúl mejores personas. Ése es su regalo de bienvenida a todos nosotros, ése es el don de la vida.