Entre sombras:  Una conmovedora reflexión sobre la muerte

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Créditos fotográficos: Fiorella Romay

Por   Alejandro A. Domínguez Benavides para LA PRENSA

Autor: Michael Cristofer. Dirección: Bruno Pericone. Elenco: Carolina Babich, Juan Manuel Barrera, Eugenia Correa, José Manuel Espeche, Mela Lenoir, Pablo Mónaco, Nicolás Sousa, Isabel Noya y Mariano Ulanovsky. Vestuario: Mela Lenoir. Escenografía: Iván Salvioli. Música e Iluminación: Fran Canela Sala: El Galpón de Guevara (Guevara 326). Funciones: miércoles  a las 20:30. Duración: 100 minutos.

Calificación: Muy Buena

‘The Shadow Box’ de Michael Cristofer (1945, Nueva Jersey), que se acaba de estrenar con el título de ‘Entre sombras’, se presentó por primera vez en Broadway en 1977 con excelentes críticas, recibió un premio Tony a la mejor obra y el premio Pulitzer de drama.  Dos años más tarde se estrenó en nuestro país  dirigida por Emilio Alfaro y en 1980 fue llevada al cine bajo la dirección de Paul Newman.  

Cristofer se inspiró para escribirla en las experiencias personales de dos amigos que estaban muriéndose de cáncer. La estructura dramatúrgica de la obra podría resultar anticuada para los cánones de nuestro tiempo, pero al considerar un estudio honesto y objetivo sobre la muerte ¿no la convierte ya en un clásico?

‘Entre sombras’  se desarrolla en tres cabañas que están conectadas a un gran hospital -según el texto dramático en el espectacular se genera un inteligente misterio- y que contienen a un paciente terminal en cada una, se supone que se trata de un lugar donde se ejecuta un programa experimental para pacientes moribundos y sus familias.

Ni Michael Cristofer ni Bruno Pericone el director, especifican la enfermedad que padecen. Uniendo las tres tramas hay entrevistas realizadas por un médico que se sienta a un costado del escenario (Mariano Ulanovsky), e interroga a los pacientes y a sus parientes sobre como afrontan la muerte y analiza sus reacciones ante el proceso de morir. Ulanovsky hace un gran trabajo al preparar la escena, con voz siniestra e incisiva, dirigiendo las entrevistas y dando cuerpo a los personajes.

El primer paciente es Juan (P. Mónaco)  un padre y marido de mediana edad que debe convencer a su esposa, Maggie ( E. Correa), de que su enfermedad es terminal. Aún más difícil, deben aceptar esa verdad y contársela a Esteban (N. Sousa) su hijo adolescente. La acción se centra en la incapacidad de Maggie para aceptar la realidad de la situación.

Mónaco actúa con sus ojos y muestra un retrato relajado pero sombrío de un padre que debe tomar la difícil decisión de contarle a su hijo (bien interpretado por Nicolás Sousa) sobre su enfermedad terminal. Modula bien su voz según sus emociones y describe su dilema con sutileza. Eugenia Correa retrata a una mujer desesperada su actuación es un poco exagerada.  Tan exagerada como la superabundancia de palabrotas en los parlamentos que hubiesen podido evitarse.

El segundo, Gustavo (J. Espeche), un escritor compulsivo que usa sus palabras como espadas para defenderse del creciente terror que está experimentando y llena de proyectos creativos sus últimas semanas de vida.  La aparición de Brenda su atrevida exmujer (M. Lenoir), lo alegrará y generará un conflicto con  Marcos su celoso cuidador y amante.

El papel de Espeche está muy bien logrado, ha aceptado su muerte y vive sus últimos días al máximo. Las escenas con M. Lenoir tienen un notable alcance emocional, especialmente en los momentos que pasan de la alegría a la tristeza.  Las actuaciones de Brenda y Marcos están en su punto justo. Lenoir desempeña su papel clownesco, aparentemente sin esfuerzo, como la exmujer. Sus diálogos con Barrera están bien equilibrados y expresan el dolor y la vulgaridad que uno espera cuando una mujer y el actual amante masculino de su exmarido se chocan.

Ambos muestran un buen rango de interpretación en diferentes escenas emocionales y conflictos físicos.  Barrera manifiesta con credibilidad sus celos y luchas internas.

Por último las escenas más desgarradoras y muy bien actuadas se dan entre Isabel Noya y Carolina Babich, interpretando a una madre moribunda, luchadora, rencorosa y medio demente que desde su silla de ruedas destila resentimiento  (Felicitas) y su hija paciente, pero abatida (Agnes). La capacidad de actuación de Noya da vida a una madre que anhela reunirse con su otra hija, la preferida e idealizada. Transmite desesperación e impotencia toca la fibra sensible de la audiencia. Babich elabora un personaje que  lucha contra la culpa y el remordimiento y lidia por sobre todo con la situación de su madre.

La dirección y el diseño de la obra de Bruno Pedicone son altamente satisfactorios. La escenografía que separa a las tres historias es sencilla y efectiva, y el entrelazamiento de las historias a través de la conversación y la emoción (especialmente en el final) está muy bien resuelto.

Hay un excelente uso del espacio escénico, como las entradas y salidas (algunos de los personajes a través del pasillo lateral), el uso de focos durante las entrevistas y conversaciones personales, el descarte de los anticuados apagones cuando concluyen las escenas y además, el acertado uso neutro de la música que no resignifica momentos ni de tristeza ni de felicidad.

Una puesta  dinámica y armónica con un  final que deja destellos de amor, esperanza y positividad entrelazados con una convincente actuación. Los personajes resultan atractivos, hasta cuando deslizan pensamientos sentimentales y, tal vez como la muerte natural, benéficos y dignos sin disfrazar con eufemismos otras formas artificiales de morir como la eutanasia.