


Crédito fotografico Por Siempre Coloneros
Por Alejandro A. Domínguez Benavides para Revista Argentina (Tercera Época)
Orquesta Sinfónica Nacional, temporada 2025. Director: Emmanuel Siffert. Solistas: Luisa Merino Ronda (Mezzosoprano), Sección Femenina del Coro Polifónico Nacional, Director: Fernando Tomé. Coro Nacional de Niños: Directora: María Isabel Sanz. Programa: Gustav Mahler: Sinfonía N 3 “Sueño de una Mañana de Verano”. Auditorio Nacional, 23 de Mayo de 2025.
El 9 de junio de 1902, Gustav Mahler invitó a la audiencia en Krefeld al estreno de su Tercera Sinfonía completa. Solo el segundo movimiento había sonado por primera vez el 9 de noviembre de 1896, y el segundo, tercer y sexto movimiento el 9 de marzo de 1897. Esta sinfonía coral, la sinfonía más larga del repertorio estándar, fue recibida con un éxito triunfal. Particularmente el último movimiento fue colmado de elogios. Un crítico suizo llamó al último movimiento “tal vez el mejor Adagio escrito desde Beethoven”. Y otro crítico se entusiasmó aún más, “el Adagio se eleva a alturas que sitúan a este movimiento entre los más sublimes de toda la literatura sinfónica”. En el estreno, Mahler fue llamado de vuelta al podio 12 veces, y el periódico local informó de “una ovación atronadora que duró no menos de quince minutos”. En conversación con Sibelius, Gustav Mahler declaró con orgullo: “Una sinfonía debe ser como el mundo, debe contenerlo todo”. En su tercer ensayo sinfónico, Mahler creó un imponente monumento a la naturaleza que encapsulaba la historia de todo el universo.
La mayoría de las interpretaciones de la Tercera Sinfonía duran alrededor de cien minutos, lo que la convierte en la sinfonía más larga de su repertorio, con la única competencia cercana de las otras sinfonías del compositor. Consta de seis movimientos, dos más que el ciclo sinfónico común , e incluso supera a obras ocasionales de cinco movimientos como la Sinfonía Fantástica de Berlioz, la Sexta de Beethoven o la Segunda, Quinta y Séptima del propios Mahler. Y estos dos aspectos no son los más audaces de la obra.

Créditos: Luciana D’Attoma
¿Qué hay del hecho de que el primer movimiento de esos seis dura unos treinta y cinco minutos, superando la duración de cualquier sinfonía completa de Mozart o Haydn? O lo más sorprendente, que no se requieren uno, sino dos grupos corales para solo uno de los movimientos, el quinto, que dura apenas cuatro minutos ¿Se habría atrevido cualquier otro compositor a tomarse tantas molestias pidiendo todas esas voces, incluyendo un grupo de niño, para una parte pequeña de una composición tan extensa?
Y sin embargo, forma parte del repertorio canónico. A los directores les encanta programarla, a los músicos de orquesta les fascina interpretarla y el público disfruta al escucharla. El Auditorio Nacional estaba colmado, estimamos que faltó poco para ocupar sus mil ochocientas localidades.
El largo primer movimiento necesita tres cualidades básicas para triunfar: una gran ejecución de metales, instrumentos de viento madera dispuestos a chillar y gritar, y un director capaz de “soltarse” cuando la música parece perder sus cabales como al final de la sección de desarrollo. Aquí encontramos las tres; de hecho, la ejecución en sí fue fabulosa. El relato del maestro Emmanuel Siffert fue notable por su control y ritmo, con cada gran párrafo musical perfectamente colocado en el lienzo sinfónico y cada solo instrumental moldeado y esculpido con gran detalle. La música avanzó con determinación y nunca contuvo su desenfrenada efusión de energía salvaje.
En el segundo movimiento empleó una flexibilidad natural de pulso, con sus dos tempos básicos bien definidos, mientras que los instrumentos de viento y de madera hicieron una magnífica tarea en el scherzo. Afortunadamente, los solos del corno fueron de manera acertada oníricos sin ser estáticos, con una firme línea lírica que recorrió cada recurrencia.
La mezzo Merino Ronda cantó la “Canción de Medianoche” de Nietzsche con sentimiento, buena técnica y tono apropiado. Una vez más, en este movimiento la interpretación de la Orquesta Sinfónica nacional fue magnífica (con los glissandos del oboe bien retocados, pero sin exagerar) y el ritmo que marcó Siffer fue perfecto. El quinto movimiento posee la brillantez de postal requerida, con excelentes contribuciones corales y un interludio central cautivante Una vez más, los instrumentos de viento brillan con luz propia, como debe ser en un movimiento sin metales pesados ni violines.

Créditos: Luciana D’Attoma
No tengo reparos en clasificar la interpretación del maestro Siffer del Adagio final como una de las dos o tres mejores de la noche. La orquesta simplemente se superó a sí misma en la elocuencia y poesía de su respuesta: cuerdas y oboe solista descollantes. La cuidadosa observación de la dinámica de Mahler, con metales bruñidos y timbales en un forte campanil en lugar de un fortissimo vulgar, permitió a Siffer interpretar las páginas finales con la mayor convicción posible. Es admirable cómo se aferró a la fermata final, tal como Mahler exige. Este último acorde, con su brillante sonoridad, casi de órgano, fue la joya de la corona de la interpretación.