El Ballet Don Quijote en el Teatro Colón: excelencia y euforia

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Por Alejandro A. Domínguez Benavides para Revista Argentina (Tercera Época)

Don Quijote, ballet en tres actos. Coreografía: Silvia Bazilis y Raúl Candal, sobre la original de Petipa/Gorsky (coreografía de la “Variación de las copas”: Mikhail Baryshnikov). Música: Ludwig Minkus. Por el Ballet del Teatro Colón. Dirección: Julio Bocca. Escenografía y vestuario: Hugo Millán. Iluminación: Pablo Pulido. Repositora invitada: Lorena Fernández Sáenz. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires; dirección: Manuel Coves. Producción del Ballet Nacional del Sodre (Montevideo, Uruguay). Próximas funciones: viernes 25 y sábado 26 de julio, a las 20, y el domingo 27, a las 17. Hasta el 3 de agosto. Créditos fotográficos Carlos Villamayor/ Prensa Teatro Colón

Nuestra calificacion: Excelente.

El Ballet Estable del Teatro Colón  cumple cien años junto a los otros cuerpos estables -Orquesta y Coro- y lo festejó bailando una de la obras más conocidas del repertorio académico: Don Quijote con coreografía de Silvia Bazilis y Raúl Candal realizada sobre la versión encargada al bailarín del Ballet Bolshoi Alexander Gorsky a  principios del siglo XX. 

Este bailarín y coreógrafo introdujo cambios, a su vez, a la versión de Marius Petipa. En resumen, optó por abandonar algunos tópicos del ballet clásico y creó una producción inspirada en el Teatro de Arte de Konstantin Stanislavsky, ocupándose de cada personaje y su circunstancia. 

La versión fue presentada por el  coreografo yugoslavo Zarco Prebil, se estrenó en el Teatro Colón en 1980 y permaneció en su repertorio hasta 2010. Es muy probable que los maestros Silvia Bazilis y Raúl Candal, ex protagonistas de “El Quijote” durante varias temporadas se hayan inspirado en ella cuando en  2017 la estrenó el Ballet Nacional del Sodre  de Montevideo (Uruguay) dirigido en aquel entonces por Julio Bocca.  El Centenario logró el milagro de unirlos en el templo del arte; Bocca como actual director del Ballet Estable del Teatro Colón (BETC) volvió a convocarlos.

 Si bien el nombre del Ballet  alude a Don Quijote, la historia se inspira muy superficialmente  en el capítulo XX de la Segunda Parte de la obra de don Miguel de Cervantes, “Donde se cuentan las bodas de Camacho el rico, con el suceso de Basilio el pobre”

Con la enorme dificultad de las adaptaciones de los clásicos, la fábula se mantiene incólume.  Cuenta las dificultades del romance entre Basilio y Kitri para consumar su amor en matrimonio. El padre de la joven quiere para su hija un mejor partido y no tiene mejor ocurrencia que tratar de casarla con Camacho, un vejete ridículo y ricachón que no atrae para nada a su hija. Finalmente, Don Quijote ayuda a los jóvenes y la historia termina bien con enorme alegría casi con la misma que comenzó, pero con la certidumbre del triunfo del amor romántico.  

Tuvimos la ocasión de ver en estos papeles a Jiva Velázquez y Camila Bocca (25/07/) y a Patricio Revé y Marianela Núñez en la última función del 3 de agosto a las 18 a la que dedicaremos este comentario.

Marianela Núñez ha conquistado la mayoría de los grandes papeles clásicos (es una Giselle inquietante, una Julieta memorablemente conmovedora y una Odette suave en El lago de los cisnes ), pero es en ballets como Don Quijote -que la acompaña desde hace veinte años-  donde reina sin oposición, la amplitud sensual de su trabajo de la parte superior del cuerpo y el resplandor de su línea balletica se ponen a disposición de un carácter cálido, terrenal y completamente humano.

              La bailarina principal del Royal Ballet de Londres Marianela Núñez es de una belleza cautivadora. Piel pálida, mirada celeste y profunda y esas extremidades finamente definidas con sus largas piernas y musculatura ágil. En el escenario es única. Se percibe desde el primer momento, su atrevimiento coqueto, su afán desbordante por el desafío técnico. Hubo una época en que esto podía llegar a convertirse en una temeraria indiferencia por la musicalidad: en una de sus primeras actuaciones en el papel principal de Aurora en La Bella Durmiente, realizó siete piruetas en puntas. La música terminó y ella siguió girando.

 

Hoy podría hacerlo ante el nuevo público que atrae al que parece no importarle los sonidos de la música de Ludwig Minkus, interpretada con enorme belleza por la Orquesta Filármonica de Buenos Aires, dirigida por el maestro Manuel Coves y que los gritos, alaridos histéricos y palmas (¡!) no dejaban escuchar.

Con enorme dificultades llegamos a comprender estos comportamientos, cómo contener la calma frente a las diagonales en déboulés durante el primer acto que se repite en el  dúo de amor con Patricio Revé al comienzo del segundo acto enamoradísimos logrando un clima de credibilidad que hace pensar que bailaron juntos toda la vida y luego nos enteramos que es la primera vez que lo hacen juntos. En el campamento gitano la pasión arrebatadora del dúo de Rocío Agüero y Jiva Velázquez hacen un despliegue de virtuosismo, técnica y sólido nivel actoral este último, además, demostró plasticidad para hacer la grand pirouette.

Un momento de cierta calma se vivió en el “interludio de las dríades” Un ballet en blanc donde el grupo femenino del BETC demuestra su calidad al momento de enfrentarse al clasicismo. Un gran desempeño de Reina de esas creaturas mitológicas que acompañaran el desempeño de la protagonista que hará gala de una exquisita delicadeza en su aparición en el sueño del hombre de La Mancha que la confunde con su adorada Dulcinea. En este acto vale la pena poner de relieve el trabajo de Yoshino Horita que encarnó un cupido ágil con movimientos delicados se desplazó en el escenario con gran soltura.

El tercer acto es la fiesta del triunfo del amor. Allí en la taberna el torero ofrece una provocación al enamorado que encarna Ravé y baila el famoso solo “Variación de las copas” que incluyó  Mikhail Baryshnikov.Aquí en los doble tours descolló el artista cubano bailarín principal del Queensland Ballet. 

Otro momento esperado fue el Grand Pas de Deux clásico que tomó aspecto de apoteosis cuando lo bailó con Marianela Núñez. Ambos artistas nos ofrecieron, una vez más, con perfecta igualdad, el virtuosismo en el que puede caber lo más conseguido y agradable: es brillante, preciso y espectacular sin ser nunca sensacionalista. 

¡Y que decir de los treinta y dos fouetés del tercer acto son magistralmente ejecutados y terminados con gran delicadeza! Pero más allá de estas cualidades inconmensurables, Marianela luce una sonrisa generosa que nos hace, sin duda, cómplices de las acciones de su Kitri. 

Un final para el delirio. Había una parte del público del Teatro Colón que fue a aplaudir a priori y no se equivocó. Creemos que en esta ocasión, más allá del fanatismo, todos fueron merecedores de la ovación.