De Francesca a Beatrice, pasando por Victoria

Una puesta que crece al ritmo de una precisa máquina literaria
8 octubre, 2025

Por Enrique García-Máiquez para El Debate

Cosas de la providencia lectora: justo la semana en que María Pombo agitaba las redes letraheridas, cayó en mis manos un librito nada ligero, que es una verdadera fiesta de la lectura. Aunque el libro es de Victoria Ocampo (Buenos Aires, 1890-1978), De Francesca a Beatrice (1921, reditado en 2021 por Bookman), en el pequeño volumen confluyen un sinfín de voces. Brilla el epílogo de Ortega y Gasset; no le va a la zaga la introducción de Carmen Giussani, y aún prende más luz la nota final de Miguel Ángel Blázquez. Se suman muchísimos más: Eliot, Nietzsche, Croce, Barrés, Valéry…

Toda esta tertulia gira alrededor de Dante, al que se cita con un tino infalible, y del que Victoria Ocampo y Ortega y Gasset dan, en estas pocas páginas, las claves esenciales. El resultado es una apoteosis de la cultura, especialmente gozosa. No miremos las polémicas pasajeras, sino disfrutemos de lo nuestro y pasemos del ruido mediático.

Justamente en este libro Victoria Ocampo, hace reflexiones muy pertinentes sobre el hecho de leer y la importancia que algunos libros tienen para «sus» lectores: «Siempre he creído que para que una obra nos revele algo sobre nosotros […] tiene que estar fundamentalmente de acuerdo con ciertas modalidades de nuestra naturaleza. Y que esta ley es tan ineluctable como la que rige las transfusiones de sangre». La autora sabe de lo que habla: «Yo vivía a Dante, no lo leía». Por eso, también nos hace una advertencia contra libresca a lo Pombo: «Tropezamos bruscamente con una guardia numerosa y terrible: los comentaristas».

Ocampo, más que comentarista, es una extraordinaria «barbera», en el sentido que aquí le damos al oficio. Escoge perfectamente los fragmentos de Dante, sumando unas pequeñas iluminaciones críticas que transmiten el espíritu de la Divina Comedia de una manera muy plena. Aun así, suspira: «¡Cuántos versos que querría repetir!», y el lector no puedo menos que unirse en la melancolía: «Y cómo querríamos que los hubieses repetido». ¡Tan bien lo hace!

Los que repite, con todo, ya son suficientes, y no sólo los repite. Los ilumina. Su tesis es que Dante dibuja un arco que va de mujer (Francesca) a mujer (Beatrice) y asciende de un amor que condena a un amor que salva. ¿Habrá una crítica implícita a la visión de Borges, que romantizó muchísimo el amor infernal de Paolo y Francesca? Ocampo explica la condenación que hizo Dante y, Ortega le ve al vuelo la propuesta y la complementa. Carmen Giussani se une a la indagación. Juntos hacen una lectura de la Divina Comedia sugerente y, en mi opinión, atinada. El amor mueve el sol y las demás estrellas y hacia ellas nos eleva.

Si los fragmentos son de otro, lo indico, si son de Victoria, campan por sus respetos y sin comillas:

[Comentando el dulce lamento de Francesca: «Nessun maggior dolore / che ricordarse del tempo felice / nella miseria»] Todos pensamos igual cuando sentimos nuestro corazón destrozado por los recuerdos.
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Carmen Giussani: «El reto, siempre actual, pero si cabe más necesario hoy, es el de comprobar en la experiencia si en Su compañía puede un hombre amar a una mujer, y viceversa».
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[En cuanto al epílogo de Ortega] Qué gran emoción me produjo ver a este caballero andante del pensamiento europeo bajar a la palestra con escudo y lanza en mi defensa.
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El castigo no viene de fuera para adentro, está siempre adentro.
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[Valéry le decía a Victoria Ocampo hablando de Claudel] «¡Qué suerte tiene! Puede escribir sobre la Eucaristía. ¡Qué tema!».
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Lo que tienen de más espantoso los suplicios de la ciudad de Lucifer es su inutilidad, su esterilidad irremediable.
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Sólo la Vida, comentadora irremplazable de la Divina Comedia
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La turbulenta alma de Alighieri no podía soportar la estulticia en sus adversarios. [Y todavía menos en sus partidarios.]
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[Las aguas amnésicas del Leteo como símbolo:] El único medio para salir del Purgatorio interior: el olvido de la culpa.
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Los que se escandalizan de encontrar a Cunizza [que amó el lujo y el placer y amó, sobre todo, el amor, y «fu donna disoluta y lasciva»] viviendo en la «luz santa» son los mismos que imaginan a Francesca dichosa en el Infierno. ¡Como si se pudiese escapar a la sombra y a la luz que proyectan nuestros estados de alma…!
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¡Ah, Cunizza, tu bienaventuranza no es sino la conversión de tu amor! El cambio de modalidad de tu amor.
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[Cita Ortega] Un santo varón afirmaba que tres cosas nos maravillarían muy particularmente en el cielo, si Dios nos otorgase la gracia de penetrar en él. Primera no encontrar en el Paraíso a muchas personas que estábamos seguros de encontrar allí. Segunda: encontrar a otras, que no podíamos imaginar estuviesen destinadas a lugar semejante. Tercera: encontrarnos allí nosotros mismos.
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Ya no es Beatriz quien ayuda a Dante a contemplar a Dios, sino Dios el que ayuda a Dante a contemplar a Beatriz. Iluminado por el deseo de la visión del Creador, la visión de la criatura es concedida al poeta.
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Este humilde amor, que no imagina su propia belleza sino como reflejo de dones otorgados, ¿no es acaso el más alto grado de amor?
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Quien quiere alzarse sin la Virgen… «vuol volar sanz’ali» [quiere volar sin alas].
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La Divina Comedia es, según Victoria Ocampo, la transubstanciación de la pasión humana y corruptible que sintió por Bice Portinari en el amor incorruptible, que todavía conmueve al mundo.
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Ortega: «El ideal es un órgano constituyente de la vida. […] Como los antiguos caballeros, la vida, señora, usa espuela. […] A veces padecemos una vital decadencia que no procede de enfermedad en nuestro cuerpo ni en nuestra alma, sino de una mala higiene de ideales».
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Ortega: «En las épocas más fecundas y gloriosas —el siglo XIII, el Renacimiento, el siglo XVIII— las costumbres permitieron con peculiar intensidad que fuesen las mujeres, como Stendhal dice, juges des mérites. […] ¡Véase cómo lo más impalpable y fluido, el aéreo ensueño que sueñan las vírgenes en sus camarines imprime su huella en las centurias más hondamente que el acero de los capitanes!
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[Recuerda Ortega el caso del guerrero lacedemonio que, al contrario que sus compañeros, que acuden al combate con llamativas empresas pintadas en sus escudos, ha pintado en el suyo una mosca a tamaño natural.] «—Eres un cobarde —le imputan los demás—. ¡Quieres pasar desapercibido y que tu empresa no haga acercarse al enemigo! —Todo lo contrario –responde, sereno, el denostado—. Es que pienso acercarme yo tanto a él que, quiera o no, tendrá que ver la mosca».
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La expresión salvarse, empleada por los teólogos, es un equivalente de alcanzar su destino. […]Cada ser y cada época se encuentran siempre, en un momento dado, en la trágica situación de Edipo ante la Esfinge: «Adivina [tu vocación] o te devoro».