Un notable homenaje a Gerardo Gandini con Mozart y Dvořák

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Por Alejandro A. Domínguez Benavides para Revista Argentina (Tercera Época)

              

Créditos fotográficos Arnaldo Colombaroli/Prensa Teatro Colón

Teatro Colón

Viernes 01 de julio de 2023

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires

Programa:

-Diario VI – Tres piezas para orquesta de Gerardo Gandini

I. Berceuse

II. In Memoriam

III. Transfiguración del Rondó en La menor de Mozart

-Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta de Wolfgang A.  Mozart

I. Allegro maestoso 

II. Andante 

III. Presto

– Sinfonía N°7, op.70 en re menor de  Antonin Dvořák

I.  Allegro maestoso

II. Poco adagio

III. Scherzo: Vivace

IV. Finale: Allegro

Dirección: Manuel Hernández Silva

Solistas: Violín: Xavier Inchausti

       Viola:  Pablo Saraví

Calificación: Muy Bueno

Gerardo Gandini (1936-2013) irrumpió a finales de los años 60 del siglo pasado con una voz eminentemente personal, una poética musical donde puede hallarse un complejo entramado intertextual entre las obras canónicas de la historia de la música occidental y la reinterpretación de materiales procedentes de diferentes contextos históricos como por ejemplo la Fantasía Impromptu para piano y orquesta. La obra está escrita sobre fragmentos de Chopin; “esas citaciones -apuntaba Federico Monjeau en la nota necrológica publicada en Clarín el 22/03/2013- significaban para Gandini un desvío de los “lugares comunes” de la música contemporánea, como también la fabricación de una tradición propia.”

Tal vez una manifestación de esa tradición propia y de   su experiencia personal en los Diarios, donde se proyecta el intimismo del diario literario y conviven fragmentos, confidencias, esperanzas, bosquejos de algún proyecto inacabado. Diarios VI fue estrenado el 7 de octubre de 1998 por la por la Orquesta Sinfónica Nacional con la dirección del propio Gandini y la versión que ofreció la Orquesta Filarmónica fue un verdadero homenaje al cumplirse este año diez años de su muerte. Ejecutada con precisión y porque no con cariño a la memoria del genial compositor porteño.

Una obra de estas características requiere una atención especial y un adiestramiento en el arte de saber escuchar solo de esa manera se puede encontrar la relación con la totalidad de las obras programadas para la velada; la apropiación de ciertas notas del romanticismo en Berceuse donde las notas del piano fueron interpretadas muy sutilmente y con la misma suavidad se sumaron las cuerdas y los instrumentos de vientos generando un climax de una canción de cuna inquietante.

            Gandini consideró la composición como el resultado de una “conversación” entre diferentes obras musicales en un “museo sonoro imaginario”, una postura cosmopolita distintiva de muchas manifestaciones de arte contemporáneo desarrolladas en Buenos Aires. Esa conversación se traduce en los maravillosos contrapuntos de In Memoriam y a lo que el propio compositor llama “relectura”: una reelaboración compositiva de configuraciones materiales y/o formales extraídas de sus propias obras o de obras de otros compositores se puede encontrar en Transfiguración del Rondó en La menor de Mozart. Aquí se pusieron de manifiesto las palabras expresadas en alguna vez: “Toqué jazz, me fui de gira como pianista de tangos junto a Astor Piazzola e hice arreglos para Fito Páez, pero lo mío es la música culta

El arte de escuchar no es para todo el mundo, el atractivo universo gandiniano se vio por momentos opacados por los ataques entusiastas de tos; los sonidos de celulares que hicieron parar por unos segundos a la Orquesta.

Tuvo mejor suerte, en ese aspecto, la Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta de Wolfgang A.  Mozart, en los tres movimientos, el público tosió complacido, comenzó la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires con  un buen ritmo, una rica abundancia de textura y vida interior que latía en las violas divididas en el centro de la sección de cuerdas. Xabier Inchausti y Pablo Saraví entraron, y el sonido de sus instrumentos se escuchó como los lados claro y oscuro del violín y de la viola.

Dejaron la pasión musical libre y sus bellísimos timbres fueron sonaron magistralmente, no recurrieron a ninguna estratagema predecible o enfoques interpretativos. Abandonaron muchas de las largas inclinaciones al legato que tienen sentido en diferentes tipos de interpretación. Su cadencia fue serena y espontánea; nunca cedieron a la tentación de hacer más de lo que escribió Mozart.

 La intensidad de la cadencia en el Andante superó todo lo que había llegado antes, más profundamente en los sonidos de sus instrumentos; fue oportuno que las trompetas dieran una triste despedida al movimiento como si se tratara de un aria. La competencia entre violín y viola se caldeó en el Presto; abriéndose camino hasta el final, Inchusti lanzó portamenti desgarradores y staccati coquetos, Saraví casi destruye su viola con sus cuatro violentos arcos ascendentes que precedieron a su trino final antes de que el violín recogiera el guante y terminara con cuatro relámpagos arcos descendentes que encendieron su trino final.  Como bis nos ofrecieron in movimiento de la transcripción del concierto n° 20 de Mozart.

Créditos fotográficos Arnaldo Colombaroli/Prensa Teatro Colón

En la segunda parte, la Orquesta Filarmónica ofreció una muy buena versión de la Sinfonía núm. 7 en re menor de Dvořák: la austera seriedad del Allegro maestoso, enfatizada por el gruñido de las cuerdas bajas, se equilibró con una riqueza de color orquestal y contraste polifónico. De manera similar, la confusión de motivos, ritmos y estados de ánimo en el final se desentrañó con gran seguridad hacia la resolución culminante. Si bien la energía de su dirección es obvia, el director venezolano Hernández Silva casi nunca fuerza el tema o busca el efecto. Cuida las grandes líneas y todo parece desarrollarse con naturalidad. A veces enfatiza los detalles, pero no de manera que oscurezcan las ideas principales. Los tempos estuvieron muy bien elegidos, nunca extremos, mientras que el rango dinámico fue impresionante pero nunca fuera de control.  En el Poco adagio, comenzó de una manera serena sin aumentar la tensión más de lo habitual con su dirección angular. Con Brahms mirando por encima del hombro de Dvořák, e incluso con Wagner uniéndose por un tiempo, este fue un movimiento asombrosamente elaborado. Los instrumentos de viento brillaron en armonías afrutadas, las cuerdas tejieron texturas granulosas y los cuernos florecieron, pero un clímax masivo rematado por los metales dejó en claro que Hernández Silva no buscaba simplemente la belleza. La elegancia se mantuvo para el Scherzo que bailaba con un ritmo vienés y un final exuberante y conmovedor.