Por Tomás Agustín Casaubon
No se cansa el fuego cuando arde,
no se cansa el ave cuando canta,
no se cansa el sol de calentarme
ni se cansa el hombre cuando danza.
No se cansa el fiel cuando suplica,
no se cansa la rueda mientras rueda,
no se cansa la lluvia que salpica
ni se cansa el trueno cuando truena.
No se cansa la madre cuando ama,
no se cansa el malvado cuando ofende,
no se cansa el árbol de sus ramas
ni me canso, mi Dios, de agradecerte.