Escuchar nuevamente a Britten y a Mozart en el Teatro Colón

El Cid Campeador. Discurso del Dr. Ricardo Levene en la inauguración del Monumento al Cid Campeador en Buenos Aires.
26 agosto, 2021
Política y Religión en el flamante Obispado de Buenos Aires
4 septiembre, 2021

Por Alejandro Domínguez Benavides para Revista Argentina (Tercera Época)

Créditos: Arnaldo Colombaroli

 Orquesta Estable del Teatro Colón 

 Función: 22/08/2021

Les Illuminations, Op. 18 de Benjamin Britten.   

Sinfonía N° 41 en Do mayor, K. 551, Júpiter de Wolfgang Amadeus Mozart.

Director Carlos Calleja

Solista: Darío Schmunck.

Calificación: Excelente.

Un júbilo espiritual inexplicable nos embarga cada vez que volvemos al Teatro Colón. Después de esta reapertura, después de un año y medio sin concurrir, alejó de nuestro pensamiento  los peores presagios. Es comprensible la emoción contagiosa del tenor argentino Darío Schmunck que al concluir la obra de Benjamin Britten, besó su mano y la depositó sobre el escenario con unción casi religiosa.

Les illuminations

El compositor inglés Benjamin Britten (1913-1976)  vivió entre 1939 y 1942 en los Estados Unidos. En  ese período americano compuso  el Cuarteto Op. 25, los Siete sonetos de Michelangelo y Les illuminations, inspirada en los poemas de Arthur Rimbaud, publicados en los años 1873 y 1874 por Verlaine y fue W.H Auden quien condujo a Briten a descubrir la obra del poeta francés.

Les Illuminations, sobre fragmentos de aquel retablo extraordinario de prosas poéticas  dos de las  canciones (“Marine” y “Being beauteous”) fueron escritas en marzo de 1939, cuando Britten todavía vivía en Suffolk, y estrenadas ese verano en los Promenade Concerts londinenses; el resto sería ya compuesto en  Estados Unidos, entre julio y octubre.

“En su conjunto, Les Illuminations  – compartimos la opinión de Alfredo Aracil- es una observación alucinada de la realidad, todo envuelto en complejas ambigüedades entre el optimismo y la confusión, paradójicamente a través de imágenes firmemente dibujadas por Rimbaud y potenciadas musicalmente por el compositor. Britten, sin duda, se sintió hondamente atraído por la radical emoción, entre nostálgica y bárbara, de los textos y encontró la música adecuada para crear la atmósfera de cada uno de ellos.” (Briten: Música de Cámara y Canciones, Fundación Juan March, Madrid,  2002, p.19)

La interpretación: cuando vivir con lo nuestro más que una opción es una necesidad.

La composición original es para soprano (aunque en la primera edición de la partitura ya incluirá también la posibilidad de un tenor) y orquesta de cuerda; fue estrenada por la soprano suiza Sophie Wyss (1897-1983), su dedicataria, y la Orquesta de Boyd Neel (1905-1981) en enero de 1940, en Londres, con la ausencia del autor.

En una carta a Wyss, con explicaciones y sugerencias sobre cómo interpretar la obra, reconoce el músico que «es difícil describir su carácter (…) pues cualquier cosa relacionada con Rimbaud tiene necesariamente que ser enigmática, pero en líneas generales la idea es esta: Les Illuminations, tal como yo la entiendo, son las visiones del cielo que le han sido concedidas al poeta, y espero que al compositor. No quiero, por supuesto, decir -continúa- que las visiones sean realmente del cielo sino más bien de los aspectos celestiales de los individuos (…); la pista de la obra (…) se encuentra en la última línea de Parade: ‘Tai seul la clef de cette parade sauvage”»… Sólo yo tengo la clave de esta farsa salvaje. La frase se encuentra no solamente ahí, inmediatamente antes de la conclusiva y serena “Départ”; también, y en el mismo contexto armónico (una superposición de dos acordes mayores a distancia de trítono), en la “Fanfarre” que sirve de obertura y al final del “Interlude” orquestal, donde debe ser suavemente entonada pero, según pedía Britten, «dándole la mayor importancia posible», sin que pierda «su carácter heráldico».

En esa dirección el tenor Darío Schmunk leyó con fidelidad creativa la partitura. Hace muchos años que venimos bregando por la inclusión de cantantes argentinos en la temporada operística en más de una función.  Hemos escuchado voces que no merecen estar en el escenario de nuestro Gran Teatro.  Estimamos que en estos momentos no se trata de una opción sino de una necesidad recurrir a nuestros artistas locales. Esperamos que esta política se mantenga en  el futuro.

Créditos: Arnaldo Colombaroli

El gran protagonista vocal de este concierto fue Darío Schmunk, poseedor de una auténtica capacidad interpretativa. No solo conoce la partitura sino, también, el sentido de la poesía. Podríamos afirmar sin exagerar que recitó a Rimbaud cantando. Su voz ofreció colores y matices con admirable seguridad y la puso al servicio de la obra, guardando el estilo en las diez canciones. Imprimió aires juveniles a la Fanfarre, suavidad, como pidió Briten, para el Interludio donde la partitura exige una voz clara y transparente casi blanca.

Advertimos que ese cuidado estilístico estuvo presente en cada una de las diez canciones donde el artista dominó su caudal de voz, especialmente en aquellos pasajes en que la partitura exige ex profeso la timidez del cantante y se escucha más a la orquesta que al solista vocal. Schmunk logró una admirable simbiosis con la orquesta.

 Carlos Calleja: dirigir con entusiasmo mozartiano

Durante el verano de 1788, Mozart recibió el encargo  de obras  para ser presentadas en el Casino de Spiegelgasse  durante el otoño. Febrilmente trabajó en tres nuevas (y últimas) partituras: Sinfonía nº39 en mi bemol K549 (25 de junio), Sinfonía nº40 en sol menor K550 (26 de julio) y Sinfonía nº41 “Júpiter” en do mayor K551 (10 de agosto).

El carácter triunfante y extrovertido de esta última obra  fue puesto de manifiesto en el escenario por el maestro Carlos Calleja, que retornó al podio de dirección después de quince años de ausencia, y acompañado por todos los maestros de la Orquesta Estable y por la comunión espiritual de quienes vivimos ese momento de indudable emoción estética. Calleja imprimió su madurez y equilibrio en la lectura de la obra. El esplendor vibrante del Alegro vivace inicial sonó con fuerza y majestuosidad; las trompetas finales acompañaron los gestos teatrales del director -que monto de manera natural en su estilo de dirección una real puesta en escena memorable y operística. El  Andante cantabile  “muestra a Mozart -según De Fillipis en su comentario del programa de mano- en su aspecto más emocional, característicos  de sus movimientos lentos de los conciertos para piano”. La sarabande que tiene como base, Calleja la marcó con una cadencia exquisitamente melosa y cantábile. Allí se destacaron las cuerdas –chelos y violines– ejecutadas con vivacidad.  Las cuerdas lograron el colorido perfecto; los sones delicados y de  gran belleza que ofrecieron los vientos, oboes, flauta y fagotes, mostraron esas notas que presagian la llegada de Beethoven.

Créditos: Arnaldo Colombaroli

El Menuetto previo al último movimiento también estructurado como el anterior en una danza, exige contrastes, detalles de glissandi en las cuerdas que dan un cromatismo muy unido a la partitura y que la orquesta resolvió con elegancia y precisión. El Molto allegro final, fue de una espectacularidad vibrante y mórbida, la  orquesta y director concluyeron como comenzaron con  una lectura sinfónica mozartiana llena de vida y de luz. La maestría de la escritura y su famosa fuga final, se dosificaron con intensidad, con energía. La calidad del sonido de la Orquesta Estable mantuvo el equilibrio, grandeza y extroversión.

Alguna vez Jordi Savall dijo que este último movimiento le hacía pensar en la grandeza de Dios, si es que éste existe.  Nosotros creemos que existe, creemos en su grandeza y vemos su mano en creadora en su gran amanuense, el genio de Salzburgo, que con solo treinta y dos años concibió esta obra.