Madama Butterfly en el Teatro Colón: Deslucido cierre de la temporada

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“Madama Butterfly”, tragedia japonesa en tres actos, con libro de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, y música de Giacomo Puccini. Con Anna Sohn, Riccardo Massi, Nozomi Kato, Alfonso Mujica, Sergio Spina, Sebastián Sorarrain, Sergio Wamba y Christian Peregrino. Iluminación de José Luis Fiorruccio, escenografía de Nicolás Boni, vestuario de Sofía Di Nunzio y “régie” de Livia Sabag. Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Jan Latham-Koenig). Fotos: Prensa Teatro Colón, Arnaldo Colombaroli

Calificación: Regular                                     

Es sinceramente triste que nuestro Gran Teatro haya concluido su temporada sin pena ni gloria. Una deslucida puesta de Madama Butterfly que desde que se levantó el telón nos indujo a la tristeza y a un forzado clima, que preanunciaba el dramático final. Sin sorpresa, la tragedia japonesa estubo presente en la escenografía: una casucha en medio de un páramo – ¡qué nido de amor! – y sobre unas piedras a la izquierda del escenario, lució enhiesto un árbol seco más adecuado, para Esperando a Godot de Becket, que para contar las desventuras de la pobre japonesita Cio-Cio-San.

La iluminación y el vestuario siguieron los lineamientos de la régie y crearon un clima mortecino, apagado y sin vuelo. Una puesta atrapada en un realismo agobiante que buscó subrayar el juego de los opuestos:  dos mundos, dos culturas que lejos están de complementarse. Las proyecciones totalmente innecesarias, hasta pretenciosas ¿incluir imágenes de un filme de Kurosawa? ¿A título de qué objetivo semiótico teatral?

Y para remarcar el derrumbe emocional de Butterfly incluir un alud que afea aún más su vivienda. ¿Para qué?

Más que distraerse en esos detalles, la régisseur brasileña debió preocuparse en no alejar a los cantantes del proscenio. Olvidó quizás, que estos no usan micrófonos como algunos actores del teatro de prosa. No fue una noche feliz desde el punto de vista vocal. Ninguno de los cantantes -con roles protagónicos- mostró un timbre de voz potente. Sus voces no tuvieron la amplitud necesaria que se requiere para estar en el escenario del Teatro Colón. 

Debieron sortear no solo las exigencias de la puesta desfavorable. Además, tuvieron que hacerlo con el sonido rimbombante de la orquesta que planteó una competencia desgastante, casi imbatible.

 Tanto Ana Sohn encarnando a Madama Batterfly como Nozomi Kato -Susuki- enriquecieron su actuación tal vez porque provienen de Oriente y conocen su mundo y saben transmitirlo con naturalidad, Sohn logró componer el personaje y supo reflejar su conflicto interior. Sergio Spina, nuestro compatriota, logró un Goro memorable, supo imprimirle un toque desagradable y rastrero, por momentos, repugnante. Tal vez la mejor actuación de la noche. Y tanto Christian Peregrino – un tío Bonzo arrollador- y Sergio Wamba mostraron segura presencia escénica, excelente labor actoral  y una muy  buena emisión de la voz en la tesitura de bajo, este último, encarnando al Comisario Imperial.

El tenor Riccardo Meassi no actuó, sobreactuó desde el primer acto, hizo de Pinkerton, creó un mero estereotipo: el yankee vanidoso y felón que no oculta su actitud arrogante y burlona de haber comprado como si fuese una muñeca a una chiquilina de quince años.

En síntesis, faltó armonización entre la puesta, los cantantes y la orquesta. Es hora de pensar, me parece, en nuestros buenos artistas, que sin duda cumplen en otros escenarios un papel honorable y, además, supongo, son más económicos que aquellos que se contratan con criterios tan disimiles.  Quizás de esa manera podríamos tener en el escenario más óperas -que escasearon en la programación de este año- y contratar solamente algunas figuras rutilantes del mundo lírico.